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Chronicle

 

Madrid, 27 October 2007
Palacio de los Deportes
 

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1. This Love of Mine
2. It Once Was My Life
3. Magic Time
4. Don't Worry About A Thing
5. In The Midnight
6. Fire In The Belly
7. Bright Side Of The Road
8. Moondance
9. When The Leaves Come Falling Down
10. Cleaning Windosws / Be-Bop-A-Lula
11. Vanlose Stairway
12. Playhouse
13. There Stands the Glass
14. Precious Time
15. Saint James Infirmary
16. Star Of the County Down
17. Help Me
18. Brown Eyed Girl

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Review

Llueve en Belfast

Alfonso Cardenal, El País, 28-10-2007

Un viejo irlandés con pinta de trotamundo comenta en un bar que
siempre que Van Morrison canta, llueve en Belfast. El camarero lo
pone en duda y el grotesco personaje saca el móvil, marca un número,
y sin saludar pregunta: "Its rainning?". Mira al camarero y dice con
firmeza. "Siempre llueve".

Tal vez lloviese en Nueva York durante las 48 horas que le llevó al
León grabar Astral Weeks en 1967. Tenía 22 años y era su primer disco
en solitario. La misma edad que tenía Dylan cuando grabó The
Freewhelin, o la que había cumplido Neruda al escribir Tentativa del
hombre infinito.

Ayer no llovía. Tampoco lo hizo es su primera visita a la capital, un
San Isidro de 1988, que incluyó espantada del músico a la segunda
canción. Volvió. Aquello costaba 500 pesetas de la época. Ayer las
localidades más caras se acercaban a los 80?.

Morrison presenta su tercer Greatest Hits, Still on Top, con el mismo
sombrero, con las mismas gafas, con la misma actitud. Una chica rubia
de vestido negro baila sin parar entre un público en su mayoría
sentado y quieto, un joven huye de la seguridad para llegar hasta la
pista. La gente parece feliz. Algunos algo menos, hubo problemas para
retirar las entradas y muchos entraron comenzado el concierto.

La banda luce hermosa, tambores, violines, coristas, cuerda, vientos.
Van Morrison se reserva un órgano, un saxo y la armónica. Y va
repasando cuarenta años de carrera. Tiempo a Sidewalks, Magic Time y
There Stands the Glass (Pay the Devil), sus últimas creaciones.

Su actitud, la misma que luce siempre. Distante, correcto,
profesional. Parafraseando a Tony Soprano: "Esto no es un concurso de
popularidad". Lo que la gente paga y aguanta, lo hace por arte, como
los toros, como El Prado. Morrison no busca amigos, apenas saluda y
no pierde tiempo entre canción y canción en un show de noventa
minutos sin descuento.

Lo suyo lo hace bien, muy bien. No desprende la energía de una edad
que no tiene, pero se presenta con una dignidad casi acorde al precio
de la platea.

No hay otros

De las conocidas no muchas. Las necesarias. Brown Eyed Girl, Bright
Side Of the Road, Moondance. Clásicos populares ajenos al paso del
tiempo. Joyas de una época musical ya lejana. Las otras, preciosas
sorpresas que golpean con el sabor de la primera vez.

Llegando al final se enfada con una corista y repite unos versos
marcándola el ritmo correcto. Es tan ajeno al público como éste a las
razones que le llevan a actuar así. Pasada la hora consigue arrancar
algún silbido y poco después la primera gran ovación, levantando al
público de sus butacas.

Fire in the Belly (The Healing Game), muestra las virtudes de este
extraño personaje que hace tiempo afirmaba que sólo le gustaba
componer. "Haría canciones para que las cantaran otros". No lo hace
porque no hay otros. Lo sabe.

Se acaba el espectáculo, sin triple sobre bocina, sin despedida.
Hasta otra. Baja del escenario sin quitarse el sombrero, bebe agua en
el camerino y se monta en un coche que le lleva a Barajas. Vuelo
privado. Despegue, cabezada y aterrizaje en el frío aeropuerto de
Belfast. Acaba de dejar de llover.


Y el «León de Belfast» despertó

Alberto Bravo, La Razón, 28-10-2007

Van Morrison deleitó anoche a 7.000 espectadores en el Palacio de los Deportes - Sus seguidores vieron su mejor actuación en diez años 

Madrid- Y el león despertó. Se volvió a escuchar su rugido, el de un animal fiero, lleno de genio. Pocos lo esperaban. Y por eso resultó tan bueno. Fue el mejor Van Morrison visto en Madrid en la última década, lo cual tampoco es decir mucho, la verdad, dada la vulgaridad en la que ha caído este hombre, genio en otro tiempo.

   Y si por algo se en estado puro, como antaño.

   Hubo otros instantes gloriosos, como recordará el concierto ofrecido ayer en el Palacio de Deportes fue por «Vanlose Stairway». Es una de sus grandes obras maestras, que el irlandés se ha empeñado en destrozar tantas veces. Pero esta vez no. Fueron siete minutos de interpretación gloriosa, con la voz de Morrison elevándose por encima de las nubes, con un «crescendo» imposible, con una voz que se rompía, con una banda que levitaba. Y con ella todo el personal. Fue un Morrison como el de los mejores tiempos, casi olvidado. Emoción una bestial interpretación del clásico de New Orleans «St. James Infirmary». Esta canción demuestra la virtud aplicada al concierto, pues es un tema que el músico ha venido masacrando sistemáticamente. Y a su favor jugó una banda que parece haber recuperado el pulso, con especial mención para la magnífica «steel-guitar» de Sarah Jory o la portentosa voz de Katie Kilsson.

   Otro momento bueno: «Moondance»; y otra canción aburridísima en otros conciertos. Lo propio se puede decir de «Bright side of the road», recuperando el arreglo original, o «Star of the County Down», donde Morrison exigió a sus músicos y éstos respondieron.

   Fue un concierto que viajó de menos a más, y que al principio hizo temer lo peor. Y sólo se puede calificar de notable porque entre ambrosías se colaron unas cuantas medianías como «It once in my life», «Down worry about a thing», «In the midnight» o la inefable «Precious times». Pero es de sospechar que lo que ayer hizo Van Morrison fue lo más cercano a lo que mejor puede dar actualmente, y lo mejor para la salud será conformarse con ello.

   Van Morrison ofreció la punta del iceberg, grandes destellos de lo que fue en el pasado, quién sabe si irrecuperable. Porque quienes sólo hayan seguido su carrera reciente no pueden llegar a adivinar lo que fue este hombre en otros tiempos, cuando cada recital era de una belleza que casi dolía. Pero, por si vale el consejo, bien harían en recordar lo que hizo en «Vanlose Stairway», doblando el espinazo, creando sonidos fantasmales con su garganta. Esa especie de trance, esa voz descomunal, ese afán creador, esa maravilla. Hum, ese «Vanlose Stairway»…

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