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Viaje a Caledonia: el impulso pretérito hacia adelante

17-03-2005
Van Hispano, Richard DeesOriginal link

El día del primer concierto de Van en Bilbao, obviamente el primero de este año 2005, no el del 92, en el hall del Euskalduna me compré el libro "Viaje a Caledonia". Y este simple hecho era algo raro en mí. No el comprar un libro, sino el adquirir una biografía. Era la primera que compraba en casi 50 años. Más aún, en toda mi vida no recuerdo haber leído una biografía. Ni una sola. Es un género que no me gusta, lo mismo que las películas biográficas, por dos motivos fundamentales: la inmensa mayoría de ellas, o son hagiografías serviles y fanáticas o se dedican a atizar al biografiado hasta en el cielo del paladar. Además, como suelen referirse a personajes ya fallecidos, es fácil adivinar el final: el protagonista muere, aunque no asesinado por el mayordomo.

Así que, amigos "lópeces", ya veis que la visita de Van Morrison a Bilbao me ha supuesto la pérdida de varias y diversas virginidades. Mi primer concierto, mi primer autógrafo, mi primera fotografía con Van... mi primera biografía.

Y no sólo me la compré. También la he leído. Más aún, tal vez porque no es exactamente una biografía al uso, me ha gustado. He echado de menos algunos detalles menores, pero ese repaso a la vida de Van a través del hilo conductor de sus discos me ha enganchado casi desde la primera página. En mi primera experiencia con las biografías, creo que no habría podido soportar una avalancha de datos y más datos ajenos a la música, así que el libro me ha sido fácil de digerir. Lo cual no quiere decir que sea liviano o banal. Simplemente, el estilo elegido me ha facilitado mucho la lectura. Puede que sea por la edad, pero cada vez soporto menos los "ladrillos" que me tragaba cuando tenía 20 años.

¿Qué opinión me merece el contenido? Siempre es gratificante leer opiniones que, básicamente, coinciden con las de uno mismo, así que, por esa parte, "Viaje a Caledonia" no ha hecho sino reafirmarme en que "Astral Weeks" es la mejor OBRA (véanse las mayúsculas y el concepto obra) que, hasta el momento, ha parido Van Morrison. Después ha habido discos buenos, muy buenos y peores pero, para mí, no han alcanzado la altura de aquella primera. Y eso es, según se mire, una tragedia.

No quiero que se malinterprete la comparación, pero según avanzaba el libro me venía a la cabeza el caso de Camilo José Cela: escribió su mejor novela, su obra maestra, "La Familia de Pascual Duarte", extremadamente joven y al primer intento (publicado). Después, no podía sino ir cuesta abajo, muy cuesta abajo, hasta, en ocasiones, llegar a unos niveles de putrefacción literaria ciertamente notables, por mucho Premio Nacional de Literatura que le regalasen por "Mazurca para dos muertos".

Por suerte, las similitudes entre Morrison y Cela se detienen ahí: una primera obra magistral.

¿Y qué sucede con el otro hilo conductor, además de la discografía, de "Viaje a Caledonia", con ese viaje continuo hacia un territorio ideal y utópico en el que Van Morrison está embarcado? Esa parte es más difícil de entender para un tipo desarraigado y genéticamente apátrida como yo. En mi entorno más cercano, en esta tierra de los bárbaros del norte, veo que muchas personas, y colectivos, parecen sentir esa misma añoranza por un tiempo pretérito que les impulsa hacia adelante, en un viaje hacia el futuro de regreso al pasado. Lástima que esa Arcadia feliz no exista más que en su imaginación, ya sea individual o colectiva.

Todos (o casi todos, porque yo tengo una pésima memoria), me temo que por imperativos culturales, porque nos lo han repetido una y mil veces, tendemos a idealizar esa etapa infantil en la que todo nos parecía (aunque sea a posteriori) perfecto y maravilloso. Y así, cuando intentamos avanzar para retroceder, jamás llegamos a parte alguna, porque nuestro punto de destino no existe.

¿Es esto malo en sí mismo? Yo creo que sí... o tal vez no. Es negativo porque esa búsqueda incesante de, ya que estoy hablando de Van Morrison, Caledonia, no nos reportará más que frustración. Como Aquiles, aunque por diferentes motivos, jamás lograremos alcanzar a la tortuga. Él, porque la distancia que les separa siempre se puede dividir en (casi) infinitas mitades. Nosotros, porque Caledonia siempre estará incompleta, siempre estará un poco más allá.

Y ahora, la parte positiva. De todo lo anterior se puede deducir que Caledonia no existe, creo que lo he afirmado explícitamente, pero es el momento de desdecirme de alguna manera. Porque, para suerte de todos los que amamos y gozamos la música de Van Morrison, Caledonia SÍ existe. Puede que no para Van, pero sí para nosotros, espectadores y oyentes. Al igual que se dice que no hay un camino hacia la paz, que la paz es el camino, Caledonia no es un punto de destino sino un espacio que Van Morrison ha ido creando disco a disco, nota a nota, desde los lejanos tiempos de Deanie Sands & The Javelins, cuando se subió por primera vez a un escenario.

Es lógico que el creador de este territorio no sea consciente de este hecho, para él nunca estará completo, siempre faltará una nota, un verso o una tierra ardiente. Y a la vieja autopista siempre le quedarán kilómetros por asfaltar. Sin embargo, para nosotros, ajenos a la angustia del creador que busca un destino imposible, el territorio Caledonia es algo casi tangible, con los pequeños pueblos que los conforman y sus calles que conocen tu nombre; con sus personajes, con Madame George caminando por Cyprus Avenue o Hyndford Street, con soldados de fortuna y bailarinas, que sienten amor, tristeza, melancolía, rabia, desarraigo, dolor y placer. En Caledonia, transitando por las calles de Arklow, buscaremos la piedra filosofal mientras el valioso tiempo se nos escapa por entre los dedos.

Es una lástima que, al igual que Moisés no entró en la tierra prometida, Van Morrison jamás llegará a alcanzar Caledonia. Y, egoístamente, es una suerte que esto se así. Si él creyese alguna vez que lo ha conseguido, su tarea estaría cumplida y el impulso que le obliga a seguir adelante (a crear) desaparecería. Y entonces no volvería a escribir una sola nota más.

Sé que suena cruel, pero ojalá que Van nunca ponga un pie en la tierra en la que nosotros vivimos y en la que moran nuestros sueños.

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